Un camino largo

Por: María Paz Garafulic en Idealex.press

Allá por los 90, trabajé en programas de formación ciudadana y educación cívica. Un bicho raro o una abogada, algo excéntrica, que había elegido un camino más “fácil” que el tradicional ejercicio de la profesión. Poco se hablaba de la importancia de la formación de ciudadanos para un país más justo y solidario. No había recursos, tiempo, ni espacios. Era un tema que podía esperar.

Largo tiempo ha pasado. Recién, en los últimos años, tras -esperados e inesperados- acontecimientos, se ha integrado en el discurso público, que la formación ciudadana es esencial, tanto para el orden político, como para una convivencia respetuosa y consciente de la responsabilidad que cabe a cada cual. A esto se ha llegado, no sin antes, haber eliminado la educación cívica del plan de estudios escolar, la filosofía, y otras ciencias humanas, al parecer, menores, y haberlas reintegrado, manteniendo, como correspondía, la “cola entre las piernas” de los genios educativos que sumaban horas de quien sabe qué ciencia “exacta”, propia de pruebas estandarizadas, restando horas de humanidad al desarrollo cognitivo, emocional y psicológico de niños y niñas.

Y hoy se habla de Participación Ciudadana, como paraguas de quizá qué tormentas. Voto obligatorio, voluntario, obligatorio. Procesos constituyentes. Plebiscitos. Elecciones. Todas instancias para aquellos con edad, e interés, suficiente para ser parte del juego democrático.

Pero ¿cómo se llega a ser protagonista de ese juego? Coincidamos en que las prácticas de participación ciudadana, como el ejercicio del derecho a voto, son expresiones -resultado-de procesos formativos -del individuo, puesto en sí y en los demás- más profundos y extensos. No es, únicamente, cuando un joven llega a la urna que su civismo se manifiesta, sino, mas bien, es una muestra de un camino cívico ya iniciado. Ese joven debe llegar comprendiendo su responsabilidad, trascendiendo el deseo natural de celebrar un abrumador triunfo -o lamentar una estrepitosa derrota-. Allí, quienes creemos en el individuo como un ser multidimensional que requiere de la integración e interacción social, esperamos ver, no a un joven atrincherado, soberbio, temeroso o violento, sino a un Ciudadano y a una Ciudadana, con mayúsculas. Eso es educación cívica.

Pero, para llegar allí, el camino es largo, tan largo, que pocos están dispuestos a transitarlo. El punto de partida: los primeros años de vida, el momento en que se aprende lo básico, es cuando los ideales democráticos deben irrumpir, no solo a nivel curricular, sino existencial. El respeto, la dignidad esencial del ser humano, la solidaridad, la justicia y tantos otros valores debieran colarse allí, entre juegos, mamaderas y lecturas compartidas. El camino transcurrirá no sin dificultades, y se irá construyendo la identidad personal, social, colectiva y cívica de esos niños y niñas que llegarán el día de mañana, en masa a votar. ¿Participarán para no sufrir la sanción o votarán porque se sienten responsables del país en que viven? Ridiculez, sostendrán algunos: “a esa edad no entienden nada”, y yo contestaré… Falso. Reaccionan a las palabras, las integran, significándolas, construyen su lenguaje, que dará forma a sus ideas, emociones y acciones en el futuro, se sientan, las bases de su identidad como individuo y ciudadano. Es en el lenguaje donde se encuentran los acuerdos, donde se crean y se construyen mundos. Sin lenguaje, no hay ciudadanía posible. Allí, en el ABC, están las bases del diálogo, los acuerdos y los proyectos personales y sociales.

Antes de los 18, estos jóvenes, en general, no han estado sacando cuentas electorales, ni han pensado en el voto, sino, han formado, en parte, criterios, valores, una cosmovisión, anhelos y esperanzas para “cuando sean grandes”. Me pregunto por esa grandeza. ¿Cómo han de ser grandes, centímetros más o menos, sin que haya crecido en ellos la convicción de ser imprescindibles para la construcción del destino del país, su comunidad, vecindario y de sus propias vidas? De lo que estoy segura es que nada de eso llega envuelto en papel de regalo el feliz día de su cumpleaños número 18.

Debemos, entonces, integrar desde los primeros pasos y balbuceos, los principios con que tantos discursos llenamos y que resultan además, aplicables a los más  precoces espacios de desarrollo: familia, escuela, barrio. Por respeto a los lectores, me saltaré la nómina de valores democráticos, sabemos cuales son, pero nos falta mucho para que, además de recitarlos en una sobremesa, o frente a un micrófono, seamos capaces de darles vida.

Cómo. Modelando, modelando, modelando, y vivenciando, permitiendo que se apliquen esos valores, sacralizados en portadas y discursos, en el recreo, en una fiesta, cumpleaños y en sus instantes de reflexión, porque sí, los niños y niñas, piensan sobre su vida, su futuro y su país… sueñan. Los listados no sirven. Inútiles también son las lecciones memorísticas: el artículo tanto …, la constitución consagra…. El presidente debe…… y el código indica… Esa línea, solo avanza en retirada -paradojalmente— de la verdadera educación cívica, aquella que descansa en el cuándo y en los cómo, más que en los qué y cuántos.

Para quienes parten leyendo el final, rompiendo el orden tradicional de las cosas -lo que a veces es bueno- unas líneas para aliviar la lectura y a quienes se dieron el tiempo de leer todo, una síntesis: La cultura cívica exige que “aprendamos/enseñemos”, verbos que debieran conjugarse indisolublemente, a PENSAR, CREAR,  COMUNICAR, ESCUCHAR, RESPETAR, COMPARTIR… con éstas -y quizá unas cuantas palabras más-, parte importante del currículum de educación cívica podría quedar cubierto. 

¿Visos románticos? Sí, porque cuando se habla de mi país recurro a espacios que el romanticismo y el optimismo pueden proveer. Desde ese lugar, y mirando la más temprana infancia, crecer como ciudadanos y ciudadanas es posible.

María Paz Garafulic es consejera de Fundación Pro Bono, abogada de la Universidad Católica. Asesora programas de formación ciudadana. Autora libro “Mujer y Derecho”. Fundadora de Fundación Había una Vez y Fundación Pro Bono. Miembro del comité asesor del Capítulo Chileno del National Museum of Women in the Arts. Socia y editora de Confín Ediciones y autora de libros como “PARTICIPA, 50 acciones por un mundo mejor”.